Todo el mundo
tiene en su vecindario personajes peculiares, que por bien o por mal, se salen de
la norma. Yo, que vivo en un barrio que es exponente de la España profunda, con
sus casitas tortuosas por extrañas divisiones de herencias, con sus tejados planos,
típicos de los pueblos costeros del Mediterráneo, también tengo vecinos
sorprendentes. Está mi vecino Miguel, que a mi perro Ron lo llama Roque y el
perro le hace caso al nombre de Roque, o mi vecina María, que es gitana, y una
tarde, arreglando las flores de su porche con la melena chopada me dijo que se
acababa de lavar el pelo porque “iba hecha una gitana”. También está José,
que compro la casa que linda por detrás con la mía y estaba dispuesto a
levantar dos alturas más a las dos que ya tiene, para taparme las ventanas que
dan a su patio, alegando que mi casa también tenía esas dos alturas, pero sin
tener en cuenta que vivimos en un cabezo y por tanto mi planta baja está a la
altura de su segunda planta. Tiene una habitación en la terraza que quería arreglar
para su hijo, pero al final el hijo ha pasado mil de mudarse a la terraza y en
vista del éxito, la ha poblado con una gallina y tres gallos. Hay gallinas que
viven muy bien. Luego está el crío de un par de casas más allá que tiene
palomos y de vez en cuando viene a mi terraza a rescatar alguna. O el que cría
perros de raza pequeña en su terraza y tiene, al menos a mi me lo parece, mil
chuchos ladrando con voces estridentes. Pero la vecina más destacada sin lugar
a dudas es una que todos llamamos “la loca”.
La loca tiene
una enfermedad neuropsiquátrica que se llama Síndrome de La Tourette, que en su
estado grave - el suyo es muy grave - tiene una característica socialmente poco
agradable, que es la llamada coprolalia, o sea, un trastorno desinhibidor que
consiste en proferir de forma incontrolada y compulsiva todo tipo de palabrotas,
insultos y suposiciones absurdas o verdades como puños que cualquier otra persona se callaría por vergüenza torera. Por lo demás, mi vecina es una señora normal,
aunque con afonía crónica, que trabaja, cuida de su casa y su familia, hace la
compra, etc.
Aunque
con el paso del tiempo todo el vecindario se ha acostumbrado a la loca, no
dejamos de sufrir todos su enfermedad, ella a grito pelado y los vecinos en
silencio, como las almorranas. No nos ha quedado otra que tomárnoslo con mucho
humor y más paciencia, porque encima, la señora no duerme mucho, con lo cual
hay días que a las seis de la mañana ya está asomada a la ventana gritando
animaladas y se tira doce horas desgallitándose hasta quedarse ronca y afónica.
Además es constante y aplicada y no descansa ni en domingos, como si fuera
china. Hay que reconocer, que de vez en cuando nos da envidia cochina, porque
eso de asomarse de cuando en cuando a la ventana y “cagarse
en la madre que los parió a todos” tiene que ser un gustazo.
La loca tiene
una peculiar fijación con la iglesia, los curas y las monjas, aunque de vez en cuando lo toma
con vecinos concretos, como cuando le dio por gritar “¡¡¡La maruja está
preñaaaaaa!!! ¡¡¡ La maruja es una guarraaaaaaaa!!!” La pobre maruja es una
abuela con cerca de 80 años, que el 90% de las veces se mordía la lengua y el
10% restante se limitaba a contestarle “¡Qué te calles yaaaaaa!” Pobrecita, se
acabó mudando a casa de su hija y la loca volvió a sus barbaridades sobre curas
y monjas. Su frase preferida es: “¡El cura se folla a las monjas! ¡Las monjas
son todas unas guaaaaarrraaaaaas, que lo sé yo! ”
Da la casualidad,
de que justo enfrente de la casa de la loca está la sede del paso morao del pueblo, donde guardan el trono
del Cristo Nazareno y creo que de alguna virgen también. De ahí salen o acaban la
mayoría de las procesiones, se hacen los encuentros, se cantan saetas, bastante
bien, por cierto, y ensayan, muy a pesar del vecindario, unos cabrones
empecinados en tocar las cornetas aunque no tengan ni pajolera idea, y que
desafinan como condenados. A veces dudamos si están maltratando a los gatos
callejeros o si Dios nos los envía en calidad de castigo divino, para que
hagamos penitencia, porque a la loca ya nos hemos acostumbrado. En las fechas
señaladas de eventos católicos, en Semana Santa en particular, los vecinos
sufrimos nuestro propio calvario, con las cornetas y la loca flagelando
nuestros tímpanos y poniendo a prueba nuestra paciencia y capacidad de
perdonar. Francamente, es un sindiós – se ha pirado lejos de ahí fijo-, en el
que no nos queda otra que rezar “perdónales, porque no saben lo que hacen…” No
quiero parte de como lo tienen que pasar los que además de sufrir esta tortura
en silencio, tienen la desgracia de tener almorranas.
Hace unos
años, nos dio a la familia por salir a la puerta de la casa a ver un rato la
procesión. Toc, toc, golpeapa el mayordomo su bastón en el suelo y a una los
costaleros alzaron el trono y comenzaron a moverse pasito a pasito. La plaza y
las calles a reventar de gente emocionada, clavariesas, curas, monjas, niños
vestidos de primera comunión, autoridades, y los vecinos del barrio asomados. “¡uno,
dos, uno, dos!”, se sabe que los tronos pesan un quintal y todos hacen fuerza,
los que lo llevan y los que miran. De repente se abrió la ventana y se asomó la
loca en todo su elemento y gritó a toda la congregación que había debajo de su
ventana, cristo incluido: “¡La virgen es una puuuuuutaaaaa! ¡La virgen no es
ninguna viiiirgeeeeen! ¡La viiiiirgeeeeen se follaba a San Joséeeeee como las
monjas se follan a los cuuuuraaaaas! ¡Es todo mentiiiiiraaaaa! ¡Las monjas os
van a robar vuestros hiiiiijooooos!” Reconozco que los vecinos nos descojonamos
todos, pero los demás asistentes giraron al unísono la cabeza hacia arriba y
miraron a la loca como si fueran los chicos del maíz y la pudieran fulminar con
la mirada. La loca tragó saliva, cogió aire y volvió a la carga, mientras los
municipales aporreaban la puerta hasta reventar la cerradura…
Desde
entonces, llegada la Semana Santa, la loca nos da unos días de vacaciones. Al parecer
el ayuntamiento llegó a un acuerdo con la familia para que se la llevaran en
esos días lejos de cristos, vírgenes, curas, monjas y demás devotos. Una pena,
le daba un toque divertido a la procesión. Nos hemos quedado solo con la
tortura de las cornetas. Me estoy pensando suplantar a la loca, asomarme a la
ventana y gritar: “¡Los de las cornetas son unos hijos de putaaaaaa, no tienen ni puñetera idea de tocaaaaaar! ¡Vaís a hacer que el Cristo se suelte de la
cruz para taparse los oidooooos! ¡Cabrooooneeeees, iros a tocar a la puerta de
vuestra casaaaaa!”