martes, 13 de agosto de 2013

Le puede pasar a cualquiera, pero siempre me pasa a mi

De siempre he simultaneado la habilidad quinética con el atolondramiento, normalmente ocasionado porque me paso el día soñando despierta. Tanto es así, que cuento en mi haber múltiples accidentes con sus respectivas cicatrices. Durante años, al brindar por el año nuevo en noche vieja, mi padre solía decir: a ver qué accidente tiene Aidana este año. Me falta, y espero que no ocurra, un accidente en tren o en avión y en monopatín, que me prohibieron ex profeso, a pesar de mis alegaciones de que se podía saltar del monopatín en caso de apuro.

El viernes por la noche me disponía a bajar la basura. Levanté la tapa pisando la palanca del contenedor y al depositar la bolsa, cuál es mi mala suerte, que se me escurrieron las llaves de la mano y cling clang clong: se cayeron hasta el fondo del contenedor. Entre la oscuridad de la noche y mi progresiva mutación a topo, imposible ver donde estaban. Abordé una señora que paseaba a su perro. - Perdone, señora, lleva usted móvil? Es que se me han caído las llaves dentro del contenedor al tirar la basura y le agradecería que me iluminara. La señora, tras escudriñarme de arriba abajo y comprobar que yo iba vestida monísima de la muerte, con mis taconcitos y un vestido la mar de elegante, se apresuró a ayudarme, con cara de compasión y asco ante la desagradable idea. Sin rastro de las llaves. Comencé a mover las bolsas de la basura hacia el lado opuesto de donde se me habían caído. Nada de nada. Habían encontrado el camino hasta el fondo del contenedor, lo cual no es de extrañar, por su peso, ya que mi manojo de llaves parece las llaves del amo del calabozo: llaves del coche, de casa, de casa de mis padres, de la casa donde vivo entre semana por cuestiones de trabajo, de la oficina... No me quedó otra que falcar la tapa del contenedor con un trozo de madera sacado del propio contenedor y lanzarme dentro del contenedor. Señores, qué asco!!! Di gracias al cielo por haber perdido el olfato por completo hace muchos años. Negras miguitas de mugre llovían sobre mi al rozar la tapadera con la cabeza. Comencé a pescar a tientas entre las bolsas. Tuve que cambiar de postura y al pisar, el suelo de basura cedió bajo mi pie. Un sospechoso líquido viscoso rezumó por el borde de mis sandalias, invadiendo los dedos del pie, que instintivamente disminuyeron tres tallas. El suelo cedió aún más y me di un tremendo rascuzón en el tobillo, arrancando la piel y produciéndome una desagradable herida sangrante, pero ¡Eureca!, hallé las llaves justo antes de que un señor estuviera a punto de estamparme su bolsa de la basura en la cara. Y pensar, que España, qué digo el mundo, está lleno de personas que buscan la vida en los contenedores y vertederos de basura. Sentí mucha pena y asco al mismo tiempo. Una vez en casa, me duché a conciencia, frotando mi cuerpo con esponja exfoliadora, como si la suciedad hubiese penetrado mi piel. No lo había hecho, pero sí la toma de conciencia de que hay gente por esos mundos, para los que hurgar en la basura es su día a día sin un resultado feliz como el mío.

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