sábado, 17 de agosto de 2013

6 días después (continuación de uncent nicuásniplo niuntallcuásnipló nicuásnipló trencitas)

Tal vez me recuerden de otras historias...
Querido diario, si te tuviera, te escribiría que han pasado seis días desde mi imprudencia de tomar la sombra bajo una palmera, durante seis horas y a orillas del mar, desoyendo a mi Pepita Grillo. La mejor noche fue la primera, las siguientes una tortura. Tras untarme cremas a un ritmo de tres horas con ducha previa de cada encremada, mi piel fue tomando color, como madura un tomate - en mi caso un híbrido entre tomate y berenjena - hasta que después de alcanzar un rojo profundo, se marchita y deshidrata. A nivel moho no he llegado. La coloración presentaba un inquietante crescendo desde mi lado izquierdo al derecho. Mi hombro derecho, de color 9, que es el máximo en la escala de coloración de los tomates, encendido y muy ofendido me hizo comprender, que no existe tejido más suave que el aire y que una etiqueta puede ser mucho más cruel y despiadada de lo que ya todos conocemos.

Siguiendo el consejo de todos los que sabían de mi suerte, decidí probar la proverbial capacidad sanadora del aloe vera. - Vale pá tó, y para las quemaduras m' han dicho que es buenísimo, fue el lema más coreado. Con cargo de conciencia corté la primera hoja de mi aloe vera.
- Perdóname, le susurré con el alma, y gracias por tu sacrificio. De un tajo limpio la despojé de una hoja de igual color enfermizo que mi pierna derecha, que es la zona más morada en la holografía accidentada de mi cuerpo. Tras convertirla en dos lonchas de aloe, comencé a restregarlas con sumo cuidado por mis hombros y escote. El escote, por cierto, se me ha llenado de pustulillas rodeadas de piel color vino tinto y emana luz propia. Y calor. ¡Ahhhh, qué descubrimiento lo del aloe vera! La piel se refresca, el ardor disminuye, en resumen, alivio instantáneo y una conclusión: - ¡Necesito esto en cantidades industriales! No puedo. No voy a cargarme a mi planta, porque es pequeña y no se merece la muerte. Es tan biológica que solo le doy agua. Rauda y veloz me voy al supermercado y ¡voilà!, bote de aloe vera 100% ecológico, sin agua añadida, especialmente indicado para quemaduras solares. Mi salvación por el módico precio de cinco Euros y pico. Gracias señoras Aloe, lejanas y anónimas, ella es familia. Perdieron sus hojas por una buena causa, la mía, que es evitar que las sombras del sol atrapadas en mi piel sigan hurgando cada vez con más profundidad. Apagarán las ascuas de mi piel con su vida.

Cinco días y cinco noches, de aloe, de ayes y uys, - cuidado no me toques, me he quedado pegada a la sábana..., encerrada en casa, convertida en predador nocturno doméstico (apertura intencionada de nevera a las cuatro de la madrugada) digitalmente sociable. Debería, quizás, haber aprovechado el momento, el duende socarrado, para aprender cante jondo, porque sentía mi mano abrasadora sobre la piel y el dolor me emanaba desde lo más jondo, lailo lailo laaaa. Pero no, porque yo soy de las que en vez de dar palmas están aplaudiendo y tampoco podía alzar los brazos con unas castañuelas en las manos, porque el acartonamiento escarlata de mis hombres no me permitía hacer los necesarios pliegues en la piel para lateralizar los brazos más que una barbie. Así que solo podía entonar el mea culpa, sin los golpes en el pecho, que ostentaba el dudoso honor de ser lo más quemado. Me llamó la buena de Segunda, la artista morena del arte efímero de las trenzas africanas, a interesarse por mi salud. - No sabía yo que se podía quemar alguien así del sol. Yo nunca me he quemado y paso todo el día aquí, en el paseo marítimo... Debería llamarla Cándida o azúcar moreno. - Pues tienes que decir a tu marido que te toque solo las partes blancas, jajajaja... Mejor la llamo Pícara.

Querido diario ficticio, como te he dicho, han pasado seis días duros, que me han obligado a ejercitar la paciencia y a moverme por la casa con mayor precisión que un murciélago. Por eso he optado por moverme lo menos posible: he pasado muchas horas sentada delante del ordenador, sin apoyar los hombros en el respaldo del sillón, o sea, como si fuera un taburete, y el mínimo tiempo posible tumbada en la cama, hasta que poco a poco ha menguado el dolor y he podido invertir la proporción. Ayer la siesta fue de laaaargaaaa. ¡Tela! Y es que el verano y las quemaduras me tienen recocida, aletargada como un lagarto. ¡Lagarto, lagarto! me ha gritado el espejo. Me estoy pelando. Estoy abandonando parte de mi piel, para renacer por partes. Seré un poco más sabia, que de los escarmentados, incluso los parciales, nacen los despabilados, o despabilados parciales.

Cuando la piel quemada comienza a desprenderse, produce un tremendo picor y correspondiente desazón. Quitarla, estirando suavemente de un trocito, oyendo el chisporroteo de la piel crujiente de un pollo asado, y sentir un suave hormigueo, milímetro a milímetro, requiere pulso y habilidad, pero sobre todo, es un enorme placer, que no le deseo a nadie. Mi pierna derecha me ha proporcionado especial satisfacción al conseguir tiras enteras de piel de varios centímetros de ancho y más de largo. Mi piel, aunque seca como una esponja de fregar nueva, ha pasado del vino tinto al clarete. Eso presagia una segunda fase exfoliativa. Con el escote no he tenido tanta suerte. Debido a las pústulas, la piel sale fragmentada y hay que frotar para levantar el borde y conseguir una esquinita de la que tirar. Aunque al quitarla cesa el desagradable picorcillo, en su lugar se instala un desagradable escozor y la nueva piel no tiene pinta de nueva. Está extrañamente brillante y lisa, y temo que llegaré a una versión 3.0, pero al menos las pustulillas se están curando. La piel del hombro, llena de burbujitas blancas, indica que su intención es desprenderse como una suave nevada. La frente, sí ha cedido su primera capa para relucir una agradable piel de tono tostado, a juego con las trenzas, mulaaataaaa, pero que al llegar al nacimiento del pelo ha cambiado de nombre artístico para pasar a llamarse caspa. La oreja izquierda se ha apuntado modestamente a la fiesta y ha soltado algunos pellejillos del borde superior. Cuando haya mudado hasta la última piel, lo juro, lo sé, volveré a estar igual de blanca que siempre.
Al menos, aún quemada y escarmentada, rosa, roja, tinta, he podido hacer lo que me gusta: estar en casa con los míos y por internet con los otros míos, huyendo del sol como de costumbre y con mayor motivación.

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